martes, 7 de octubre de 2025

Solo quiero fuego real.


Solo quiero fuego real.

Ya no busco mitades,
ni amores de compromiso,
quiero miradas que vibren,
no palabras sin permiso.

Pasé noches compartidas
que dolían en silencio,
cuerpos cerca, almas lejos,
todo falso, todo denso.

Entendí —a golpes suaves—
que el amor no es sacrificio,
que si no suma, te resta,
aunque luzca como idilio.

Si no me das inspiración,
que despierte mi delirio,
si no crecemos juntos,
¿qué sentido tiene el ciclo?.

Quiero pasión que me alimente,
con propósito y con ritmo,
que el deseo sea motor
y el respeto, el equilibrio.

No es arrogancia ni orgullo,
es cuidado, es instinto:
si no me das fuego vivo,
prefiero seguir distinto.



 

Lo que no vibra, sobra.


Lo que no vibra, sobra.

Hubo un tiempo en que daba
todo, sin medir el daño,
me quedaba sin energía
por amores de rebaño.

Promesas, risas, palabras,
todo humo, todo engaño,
me enseñaron que el cariño
sin impulso… sale caro.

Un día me miré al espejo,
sin brillo, sin ganas, raro,
y entendí que no es egoísmo
elegir lo que me hace humano.

Si no me inspiras el arte,
si no movés mi trabajo,
si no encendés mi deseo,
¿qué hacés gastando mi espacio?.

No quiero vínculos tibios,
ni afectos de calendario,
quiero almas que me eleven
cuando el mundo va en desmayo.

Hoy solo me quedo con eso:
inspiración, ingresos o orgasmos,
porque el amor que no expande
termina siendo un ocaso.

No lo digo por soberbia,
lo digo porque aprendí:
si no me encendés la vida…
no sos para mí.


 

Cielo en sus ojos.


Cielo en sus ojos.

Tenía el mundo a la espalda,
pesos que nadie veía,
y un corazón sin refugio,
cansado de la rutina.

Entonces la vi pasar,
sin ruido, sin melodía,
solo un par de ojos celestes
rompiendo mi monotonía.

No sé si fue coincidencia,
si el azar tuvo su guía,
pero en su mirada clara
vi paz, vi fe, vi poesía.

No habló, no hizo promesas,
solo miró… y comprendía,
como si leyera el alma
sin pedirle explicación fría.

Desde aquel instante breve,
llevo su luz encendida,
como faro en los días grises,
como pausa en mis caídas.

Y entendí que a veces basta
una mirada sencilla
para volver a creer
que aún hay cielo en la vida.


 

Ojos del cielo.


Ojos del cielo.

La vi una tarde cualquiera,
cuando el sol ya se rendía,
y su mirada celeste
me cambió la geografía.

No era solo un par de ojos,
eran mares en calma viva,
eran trozos de infinito
en una esquina perdida.

Yo venía del cansancio,
de naufragar en mis días,
de dudar de cada paso
y esconderme de la vida.

Pero ella —sin decir nada—
me miró, y el mundo gira,
como si el tiempo entendiera
que aún quedaban salidas.

Desde entonces, cuando dudo,
cierro los ojos, la invoco,
esa mirada celeste
vuelve y me pinta de foco.

Porque hay miradas que sanan,
sin prometer ni mentir,
que te recuerdan quién eras
cuando olvidás sonreír.

Y aunque el destino nos lleve
por caminos sin aviso,
sé que su luz, desde lejos,
me acompaña… y sigue vivo.


 

Ellos me cosieron el alma.


Ellos me cosieron el alma.

Cuando todo se quebró,
y el silencio fue mi casa,
ellos llegaron despacio,
sin pedir nada, sin drama.

Traían bromas, locuras,
una cerveza, una charla,
y entre tanto sin sentido,
me devolvieron las ganas.

No hablaron de soluciones,
ni de dioses, ni de culpa,
solo estuvieron presentes,
como el sol tras la penumbra.

Con ellos el mundo duele
un poco menos, lo juro,
porque en cada carcajada
hay un hilo que me curo.

He visto amistades fugaces,
de cartón o conveniencia,
pero los míos son puentes
que cruzan mi existencia.

No me enseñaron el todo,
me enseñaron el ahora,
a llorar sin esconderme,
a reír hasta la aurora.

Y entendí —sin explicación—,
ni versos, ni religión pura:
mis amigos son la magia,
la más humana cura.


 

lunes, 6 de octubre de 2025

Los que me salvaron sin saberlo.


Los que me salvaron sin saberlo.

Hubo noches sin respiro,
donde el alma se me hundía,
y la sombra del hastío
me mordía la alegría.

Ahí aparecieron ellos,
sin promesas ni discursos,
con palabras que eran fuego
y silencios con recursos.

No curaron mis heridas,
solo me dieron abrigo,
y en el ruido de sus risas
recordé por qué sigo.

Compartimos pan y penas,
calles, sueños, madrugadas,
cada abrazo fue una escena
que soldó mis grietas gastadas.

Mis amigos —los reales—,
no los de foto o pantalla,
son los que llegan sin cita
cuando el alma se me calla.

Con ellos todo es más claro,
aunque el mundo se derrumbe,
porque su risa sincera
hace que el dolor sucumbe.

Hoy lo digo sin pudor,
con el pecho hecho canción:
mis amigos son la cura
de mi roto corazón.


 

Lo que imagino, existe.


Lo que imagino, existe.

Soñé en una pieza chica,
sin ventanas ni fortuna,
que el destino se fabrica
como el sol detrás de una luna.

Nadie creía en mi intento,
ni yo mismo a veces creía,
pero el fuego del adentro
me empujaba día a día.

Me caí, lo juro, mil veces,
me sangraron las ideas,
pero el sueño, terco y puro,
me abrazaba aunque duela.

Aprendí que la fe no grita,
camina callada y firme,
que el miedo es solo un puente
si uno se atreve a irse.

No hay magia sin transpirar,
ni milagro sin heridas,
pero si lo puedo soñar,
ya respira, ya está viva.

Porque lo que imagino existe,
aunque el mundo no lo entienda,
yo soy prueba de esa chispa
que al soñar… se enciende y vuela.


 

Lo soñé, y caminé.


Lo soñé, y caminé.

Soñé con alas en los pies,
cuando apenas tenía suelo.
Soñé con tocar el cielo,
aunque el miedo me mordés.

Me dijeron: “eso es humo”,
“despertá, no seas iluso”,
pero el sueño fue mi impulso,
mi refugio, mi consumo.

Crecí entre dudas y aciertos,
con la fe medio gastada,
pero cada noche rota
me enseñó que el alma nada.

Y nadé contra corriente,
sin mapa, sin recompensa,
solo el fuego en mi cabeza
y un latido persistente.

“Si puedo soñarlo, puedo hacerlo”,
me repetí mil veces,
mientras el mundo dormía
y yo jugaba mis meses.

Y lo hice —no perfecto—,
con errores, con heridas,
pero el sueño fue mi espejo
y el camino, mi salida.

Hoy miro atrás y sonrío,
ya no temo a lo imposible,
porque entendí que el sueño
es lo único invencible.


 

Demasiado de los míos.


Demasiado de los míos.

En la mesa somos muchos,
y el aire a veces pesa.
Cada voz es un reflejo,
cada risa, una promesa.

Pero el exceso tiene filo,
como un abrazo que aprieta,
como querer a todos tanto
que uno mismo se diseca.

La sangre llama, sí, lo sé,
pero también deja huellas;
hay domingos que me pierdo
entre abrazos y querellas.

Mi madre habla del pasado,
mi hermano sueña en la acera,
mi viejo prende un cigarro
y el humo encierra la escena.

Y yo —testigo del ruido—
pienso en callar la tormenta,
en quererlos sin cansarme,
en amarlos sin que duela.

Porque familia es un laberinto,
un espejo que no miente,
donde el alma busca espacio
y la soledad… se siente.

Y aunque a veces me retiro
a pensar en mi frontera,
sé que el exceso de familia
es también mi primavera.


 

Tinta en las teclas.


Tinta en las teclas.

Escribo sin mirar, por costumbre o destino,
cada letra tropieza con algo divino.
No sé si es amor, recuerdo o castigo,
pero en cada palabra, me encuentro conmigo.

Las teclas suspiran —tienen voz propia—,
me dictan verdades que el alma adopta.
Y pienso en la vida, en su cruel ironía:
uno escribe lo que pierde cada día.

Hubo una vez una historia sin final,
una voz, una piel, un bien y un mal.
Te busqué entre las frases, entre los puntos suspensivos,
pero solo hallé fantasmas y motivos.

Quizás por eso sigo, sin rumbo, sin firma,
golpeando letras como quien reza en rima.
El mundo afuera gira, pero yo no,
me quedé atrapado en la palabra “yo”.

Tinta en las teclas, eco en mi pecho,
cada verso un intento, cada error, un hecho.
Y si alguna vez me lees sin razón,
sabé que te escribí con el peso del corazón.


 

domingo, 5 de octubre de 2025

Teclas de tinta.


Teclas de tinta.

Golpeo las teclas, como quien busca fe,
palabras que nacen, pero no sé por qué.
El alma gotea en cada oración,
como si el teclado entendiera mi contradicción.

La tinta no mancha, pero hiere igual,
deja cicatrices que suenan digital.
Cada verso que escribo, me roba un pedazo,
y en cada punto final, me abrazo o me deshago.

Aprendí que escribir no es sanar, es recordar,
revivir lo que duele, dejarlo vibrar.
El tiempo es un espejo quebrado,
y yo lo miro, con el pulso temblado.

Porque hubo noches en que el silencio habló,
y la pantalla fue el único dios.
Las lágrimas fueron tinta, el teclado un altar,
y el alma, un papel que se dejó manchar.

Hoy escribo distinto, sin miedo, sin prisa,
cada palabra es un soplo, una sonrisa.
Teclas de tinta, destino y razón,
mi forma de amar, de curar, de canción.


 

La excusa del destino.


La excusa del destino.

Inventá la excusa, la que suene ridícula,
esa que solo entiende quien todavía implica.
Decime que pasaste por casualidad,
que el universo te trajo, sin plan, sin maldad.

Decí que marcaste mi número sin querer,
que fue el dedo, no el alma, el que quiso volver.
Pero igual llamá… aunque tiemble la voz,
que a veces mentirle al miedo nos acerca a los dos.

No me hables del tiempo ni de los años,
hablame del alma, de viejos engaños.
Que el amor no se mide en relojes ni en fechas,
sino en la forma en que el recuerdo nos acecha.

Yo también inventé mil formas de hallarte,
en canciones, en calles, en sueños, en arte.
Porque quien ama no olvida: transforma el dolor
en versos, en fuego, en eco interior.

Así que buscá la excusa más tonta y divina,
la que solo entiende quien aún se lastima.
Llamame sin miedo, rompé la rutina…
que a veces el destino solo espera una mínima rima.


 

La excusa más tonta del mundo.


La excusa más tonta del mundo.

Inventa la excusa más tonta del mundo,
la que no tenga lógica, ni fondo, ni rumbo.
Dime que soñaste con mi sombra en el muro,
que viste mi nombre flotando en lo oscuro.

Llámame sin razón, sin hora, sin prisa,
como quien tropieza con su propia sonrisa.
Que a veces el alma no pide permiso,
solo busca un eco, un viejo aviso.

No hace falta un drama, ni versos de guerra,
solo el temblor de una voz que se aferra.
Porque hay llamadas que salvan del frío,
aunque el silencio nos haya hecho su nido.

Yo también inventé mis pretextos torpes,
mis “cómo estás” disfrazados de norte.
Porque a veces fingir que no duele,
es la forma más pura de decir: me recuerdes.

Así que invéntala, aunque sea absurda,
una frase perdida, una duda absurda.
Pero llámame…
porque en este mundo tan lleno de ruido,
tu voz sigue siendo mi ruido preferido.


 

Entradas populares

Destacados

Solo quiero fuego real.

Contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *