martes, 2 de diciembre de 2025

Mi héroe cotidiano.


Mi héroe cotidiano.

Te amo, papucho,
así, directo, sin filtro ni ceremonia,
como quien lanza una verdad limpia
al aire tibio de la memoria.

Porque en vos aprendí
que la vida no es solo lo que pasa,
sino cómo uno se para firme
cuando el viento sopla en la cara.

Vos me enseñaste a reír
cuando el mundo venía torcido,
a bancar la que se venga
sin perder el fuego encendido.

Recuerdo tus madrugadas,
el café humeando en silencio,
tu forma de decir “tranqui”,
y el universo quedaba en suspenso.

Papucho, sos de esos milagros
que ocurren sin hacer ruido,
pero dejan huella eterna
en el corazón de un hijo.

Por eso hoy te lo digo
así, en verso callejero:
te amo, papucho,
mi maestro, mi compañero.

Y si la vida me pide
ser fuerte, noble y sincero,
solo tengo que mirar tu ejemplo
para recordar quién quiero ser primero.





 

Papucho, mi forma de decirte todo.


Papucho, mi forma de decirte todo.

Te amo, papucho,
lo digo así, sin rebusques, sin escudo.
Porque en tu abrazo aprendí
que el mundo puede ser rudo,
pero nunca invencible
si tengo tu modo seguro.

En tu voz encontré ritmo,
en tus consejos, destino.
Fuiste faro en noches largas,
mi pared cuando el camino
se volvía puro ruido
y el alma se me hacía niño.

Yo crecí viendo tus manos,
la forma en que armabas el día,
cómo hacías magia con nada,
cómo en tu gesto cabía
una paciencia infinita
que aún me sostiene la vida.

Te amo, papucho,
y suena simple, pero es verdad:
sos raíz, inicio, templo,
la risa que vuelve a empezar.
Si hoy camino firme
es porque supe imitar
la fuerza suave que siempre
me enseñaste a no soltar.

Estas palabras del alma
te lo dejo sin medida:
gracias por ser mi casa,
mi ejemplo, mi salida.
Si un día dudo del mundo,
si la tormenta me olvida,
tu nombre 
—papucho querido—
me ordena, me cura, me guía.







 

Mortales, escuchen el rugido.


Mortales, escuchen el rugido.

Somos argentinos LPMQTP,
hijos del viento que no se deja torcer.
Crecimos entre calles rotas
y sueños tercos
que nunca quisimos vender.

Oíd mortales,
que es himno:
es latido.
Es la voz del que cayó mil veces
y aun así sigue erguido.
Es la esquina donde el tiempo
nos enseñó a resistir,
a reír a carcajadas,
a llorar sin pedir permiso,
a no dejar de construir.

Porque somos mezcla rara
de bronca y ternura,
de barrio apretado
y esperanza pura.
Somos mate amargo,
esquina, quilombo
y abrazo que cura.

LPMQTP,
lo digo sin filtro
porque así se siente el sentir:
crudo, honesto, directo,
como un gol al último segundo
que te obliga a revivir.

Oíd mortales,
que esta tierra vibra distinto.
Y si alguna vez dudás quién sos…
mirá el cielo,
escuchá el ruido,
sentí el instinto:
acá adentro late un país entero
pidiendo camino.





 

Oíd, porque somos.


Oíd, porque somos.

Somos argentinos, LPMQTP,
lo digo firme, 
con la voz del que vuelve a nacer.
Porque este suelo tiene rabia,
tiene humor,
tiene historia en cada amanecer.

Crecimos entre mates y derrotas,
entre goles imposibles
y abrazos que curan más que un doctor.
Aprendimos que la vida es dura,
pero que el corazón 
—cuando late en equipo—
se vuelve un tambor.

Oíd mortales,
que no es grito vacío ni frase al pasar:
es memoria de abuelos,
es barrio de tierra,
es fe en volver a empezar.

A veces puteamos, sí,
porque así hablamos los que sentimos de verdad;
pero detrás de cada insulto hay un cariño crudo,
una forma torpe
de no dejar de amar.

Somos argentinos, carajo,
y lo repetimos porque nos arma,
porque nos une,
porque en la mezcla de orgullo y herida
encontramos nuestra propia forma de libertad.





 

La reina del azul secreto.


La reina del azul secreto.

Hay un brillo que no se aprende,
un fuego suave que te nombra sin hablar,
y ella lo lleva en la mirada,
como si la noche misma la quisiera celebrar.

Creció escuchando el ruido del mundo,
pero eligió responder con alas,
esas que otros llaman sueños,
y que ella convirtió en su propia armadura clara.

Una vez tuvo miedo 
—como todos—,
miedo de no ser suficiente,
miedo de romperse en silencio,
miedo de no encontrar su gente.

Pero un día entendió lo simple:
que la belleza no es peso,
que la fragilidad también es fuerza,
y que cada cicatriz guarda un regreso.

Hoy camina envuelta en azul profundo,
coronada de mariposas que aprendieron su canción.
Y quien la mira, sin querer, recuerda
que también es posible transformar el dolor.





 

lunes, 1 de diciembre de 2025

La mujer que guarda el azul.


La mujer que guarda el azul.

Entre las sombras del tiempo camina,
con alas ajenas que rozan su piel,
como si el universo, por fin, la entendiera
y dejara caer mariposas para verla renacer.

Aprendió del silencio más duro,
de noches que pesan, de días sin luz.
Pero nunca soltó su pequeño milagro:
ese brillo escondido que llaman virtud.

En su rostro florecen historias rotas
que ya no duelen, sólo enseñan a ver
que incluso lo triste, si se abraza despacio,
puede volverse un motivo para crecer.

Y así camina, sincera y eterna,
con un alma azul que jamás se rindió.
Porque la vida le dijo “resiste”,
y ella respondió: “aquí estoy yo”.





 

Multitud íntima.


Multitud íntima.

En la multitud íntima de los días gastados,
cuando el ruido familiar se vuelve eco y frontera,
aprendí que el amor no siempre es abrazo,
a veces es distancia que nos cuida desde afuera.

Crecí entre voces cruzadas,
entre risas que curaban y silencios que herían,
y entendí que la vida es un collage de presencias:
algunas te llenan, otras se van cuando deben,
todas te enseñan la alquimia de ser uno mismo.

Hoy cargo historias como quien carga mapas,
no para volver atrás, sino para saber
qué caminos no tomar otra vez.
Porque cada herida tiene su brújula,
y cada recuerdo, su versión de la verdad.

En esta multitud íntima que vive en mi pecho
descubrí que también soy casa para mí,
que no todo afecto viene de afuera,
que a veces la familia que más pesa
es la que uno sigue intentando salvar por dentro.

Pero sigo, entre miedos y amaneceres,
armando versos que me acomodan el alma,
saboreando el alivio de entender
que incluso en el exceso de amor
puede nacer la libertad.





 

Sonrisa que te nombra.


Sonrisa que te nombra.

Te quiero en mi sonrisa,
ahí, donde nace el día,
donde un gesto chiquito
se vuelve pura poesía.

Es amor con picardía,
con ritmo de calle y luna,
como un beso que se escapa
sin pedirle nada a ninguna.

En mis labios te apareces,
improvisado,
una risa medio tímida
que se enciende si venís más.

Te quiero en lo cotidiano,
en lo simple, en lo que abriga,
porque cuando pienso en vos
hasta mi reflejo me guiña.

Y así voy, verso que avanza,
corazón que no disimula:
si mi sonrisa te llama,
vení…
que ahí también hay lujuria.





 

Mapa para sobrevivir al exceso.


Mapa para sobrevivir al exceso.

Exceso de pelotudos,
lo dice el cartel del día,
como si el mundo avisara
que a veces la torpeza
también hace compañía.

Camino entre sus ecos,
entre opiniones vacías,
y aprendo que la paciencia
es un músculo
que se entrena en la rutina.

Cuento del alma,
verso firme y tranqui,
porque en mi propia historia
fui yo también, a veces,
el distraído del ranking.

Y por eso entiendo,
por eso respiro,
porque en esta vida rara
nadie nace sabiendo
cómo cuidar su destino.

Exceso de pelotudos,
sí, claro, ya lo vi
pero sigo mi rumbo
porque elijo crecer
y no quedarme ahí.





 

Soplido de medianoche.


Soplido de medianoche.

Hoy la velita,
la soplo yo,
y no es cumpleaños;
es intención,
es travesura que se escribe
sin tinta
pero con calor.

Late el juego prohibido
en el borde de tu boca,
como un secreto inquieto
que pide salir
y se equivoca.

Calor de piel,
verso al ras del deseo,
dos risas que se mezclan
y no conocen el miedo.

Porque en mi vida aprendí
que el amor también guiña,
que no todo lo dulce
nace de una caricia,
y que a veces el fuego
empieza en una risa.

Hoy la velita,
la soplo yo
y en el aire queda
la chispa que deja
tu “vení” silencioso.





 

domingo, 30 de noviembre de 2025

La velita y el deseo.


La velita y el deseo.

Hoy la velita,
la soplo yo,
lo digo en voz baja
pero arde el calor.

Es juego de miradas,
picardía que se asoma,
como un trueno suave
que en la piel se acomoda.

Te hablo en métrica libre,
en pulso de la piel:
lo nuestro es chispa,
es fuego que no falla,
es deseo que se ríe
cuando nadie lo apaga.

Porque amar también es esto:
decir poco
y sentir mucho,
encender la noche
con un gesto diminuto.

Hoy la velita,
la soplo yo…
y en ese soplo
te nombro,
te busco,
te elijo;
como quien pide un deseo
que ya sabe cumplido.





 

El trazo donde empiezo.


El trazo donde empiezo.

XUS;
palabra que suena a filo y comienzo,
como si el mundo pudiera rehacerse
con un solo gesto firme.

Lo aprendí creciendo:
cuando uno no encuentra su lugar,
a veces lo inventa.
Y así nació esa manía mía
de mirar colores
como quien descifra puertas.

Porque el branding no es un oficio,
es un refugio.
Un modo de ordenar el caos
y darle un nombre.
Un modo de decir: “acá estoy”,
sin necesidad de gritar.

En ritmo de letras
lo dejo caer ligero:
tu marca es tu sombra,
pero también tu fuego;
lo que te sigue
y lo que te impulsa.

XUS es ese punto exacto
entre lo que soy
y lo que todavía no logro explicar.
Un trazo que me eligió
para contar historias
que otros todavía no saben decir.

Y en esa simpleza profunda,
casi borgeana,
descubro mi verdad:
el branding no es decorar el mundo,
es entenderlo
y volverlo un poco más propio
cada vez que creo.





 

Marca que nace del pulso.


Marca que nace del pulso.

XUS,
palabra que vibra como un latido,
que se escribe en líneas rectas
pero se siente en curvas del destino.

Porque uno no diseña solo logos,
diseña historias,
heridas,
empezar de nuevo.
Y yo aprendí eso mirando la vida
como quien mira una hoja en blanco
y decide no rendirse.

Entre tintas, noches largas
y encargos que parecían imposibles,
descubrí que el branding no es estética:
es encontrar el alma oculta
de lo que quiere existir.

Así lo digo en palabras,
verso que cae, golpea y ordena:
cada marca tiene un pulso,
y el pulso a veces tiembla,
pero nunca miente.

XUS es eso:
una huella hecha de caminos propios,
un nombre que se vuelve puente
entre lo que soñé
y lo que hoy puedo tocar.

Porque el diseño es vivir dos veces:
una en la mesa de trabajo
y otra en el mundo real,
cuando alguien mira tu creación
y siente algo.

Y ahí entiendo todo,
con la simpleza que deja la experiencia:
branding no es vender,
branding es revelar
y en esa revelación
se cuenta también
mi propia historia.





 

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