Ecos de la E.
En la e desbordada del lienzo
descubro un pulso que reconozco,
un golpe seco del pasado
que vuelve, se abre,
y me nombra de otro modo.
descubro un pulso que reconozco,
un golpe seco del pasado
que vuelve, se abre,
y me nombra de otro modo.
Crecí mirando formas rotas,
tipografías del barrio,
paredes grafiteadas por la vida
cuando la vida dolía
y aun así escribía
con el filo de un “vamos”.
tipografías del barrio,
paredes grafiteadas por la vida
cuando la vida dolía
y aun así escribía
con el filo de un “vamos”.
Aprendí que las letras también caen,
que a veces se deshace el trazo
y uno queda suspendido
entre el intento
y el abrazo.
que a veces se deshace el trazo
y uno queda suspendido
entre el intento
y el abrazo.
Pero ahí
—en esa mancha que insiste—
algo respira, algo late,
algo recuerda que fuimos golpe
y luego arte.
algo respira, algo late,
algo recuerda que fuimos golpe
y luego arte.
Por eso hoy miro esta e
y siento una verdad sencilla:
no importa cuánto se desgaste el borde,
siempre queda una forma
de seguir siendo
vida.
y siento una verdad sencilla:
no importa cuánto se desgaste el borde,
siempre queda una forma
de seguir siendo
vida.
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