Escríbeme aunque no sepas por qué.
Inventa la excusa más tonta del mundo; ¡y escríbeme!,
dime que el viento pronunció mi nombre,
que un semáforo te habló en rojo,
o que un recuerdo se coló en tu bolsillo.
dime que el viento pronunció mi nombre,
que un semáforo te habló en rojo,
o que un recuerdo se coló en tu bolsillo.
No necesito razones grandes,
he vivido demasiadas despedidas
donde sobraban argumentos,
donde el silencio pesaba más que cualquier verdad.
he vivido demasiadas despedidas
donde sobraban argumentos,
donde el silencio pesaba más que cualquier verdad.
Aprendí que lo simple sostiene,
que una palabra mal escrita
puede encender la noche,
y que hasta un error de ortografía
puede salvarnos del vacío.
que una palabra mal escrita
puede encender la noche,
y que hasta un error de ortografía
puede salvarnos del vacío.
Escríbeme aunque dudes,
aunque pienses que no importa,
porque importa — créeme —,
como importan las manos que tiemblan
y aún así se atreven a tocar.
aunque pienses que no importa,
porque importa — créeme —,
como importan las manos que tiemblan
y aún así se atreven a tocar.
Yo también me escondí en pretextos,
dije “mañana” cuando era “nunca”,
dejé pasar momentos
que hoy me queman en la memoria.
dije “mañana” cuando era “nunca”,
dejé pasar momentos
que hoy me queman en la memoria.
Por eso ahora te pido lo más absurdo:
mándame una señal torpe,
una palabra sin sentido,
un “hola” que no tenga porqué,
pero que tenga a ti detrás.
mándame una señal torpe,
una palabra sin sentido,
un “hola” que no tenga porqué,
pero que tenga a ti detrás.
Porque al final lo único que salva
no son las razones,
sino la valentía de decir:
“te busqué, sin motivo, pero con ganas”.
no son las razones,
sino la valentía de decir:
“te busqué, sin motivo, pero con ganas”.
Escríbeme, aunque no sepas por qué.
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